Aprendamos a dar y a escuchar la voz de los niños y niñas

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PRACTICAS RESTAURATIVAS: NO SOLO SE TRATA DE DAR VOZ A LOS NIÑOS Y NIÑAS SINO PRÁCTICAR UNA ESCUCHA ACTIVA (Y EMPÁTICA)  DE TODO LO QUENOS DICEN Y TRANSMITEN

Trayectoria Profesional de Jean Schmitz: Máster en ciencias políticas y en prácticas restaurativas del International Institute of Restorative Practices (IIRP). Tiene más de 20 años de experiencia de trabajo con adolescentes y familias en situación de riesgo. Es codirector del Experto Universitario en Prácticas Restaurativas de la Escuela de Mediación en España.

Hace más de una década que me estoy dedicando a promover, capacitar, asesorar, acompañar y por supuesto aplicar mecanismos restaurativos en distintos países del mundo, principalmente en Latinoamérica y España, facilitando círculos de diálogo y reuniones restaurativas (restorative conferencing). Las prácticas restaurativas me fascinan cada vez más ¡Son tan poderosas y mágicas! Me encanta facilitar círculos restaurativos y participar en ellos. Podría decir que, casi en cada uno, descubro, aprendo y experimento cosas nuevas, sorprendentes e inesperadas a la vez. Saber facilitar círculos es, ante todo,saber preguntar de forma adecuada en el momento apropiado, como Sócrates solía hacerlo en su tiempo y, sobre todo, saber escuchar activa y empáticamente. Indiscutiblemente, la persona que facilita círculos precisa tener algunas habilidades como ser paciente y creativa; humilde y respetuosa, además de otras destrezas como, tener buen humor y capacidadde conectarse con las demás personas.

He facilitado una sinfín de círculos con adultos, hombres y mujeres y con niños, niñas, adolescentes y jóvenes, en ámbitos tan diversos como grupos y organizaciones, instituciones educativas, cárceles, servicios sociales, centros deportivos, lugares de trabajo…He llevado a cabo círculos con personas que tienen experiencias y perfiles muy distintos, tales como el estudiantado, padres y madres de familia, profesionales jurídicos y sociales, personas privadas de libertad, directores y directoras, y varios grupos minoritarios… Cualquier persona, sin distinción, está invitada en participar en el círculo, respetando ciertas normas de convivencia. El círculo no es más que un espacio seguro en el cuál sus integrantes tienen voz para expresarse y compartir, entre todos y todas, sus pensamientos y sentimientos, sus necesidades y expectativas, sus ideas y hasta sus sueños.

Lo que importa en un círculo es su proceso de desarrollo, más que los resultados perseguidos, ya que cuando éste se ha llevado a cabo de manera justa y respetuosa nos conduce, en general, hacia resultados aceptables.

La mayoría de los círculos en los que más me divertí y sorprendí han sido muchas veces con niños, niñas y adolescentes, probablemente porque no tienen tantas barreras como los adultos y no dudan en abrirse y manifestar espontánea y libremente sus pensamientos y sentimientos.

Las personas que han participado en mis cursos saben la importancia que doy a realizar prácticas de círculos para, por ejemplo, forjar relaciones interpersonales saludables, hacer frente a temas de interés o aspectos que les afectan de una manera u otra, o para abordar y resolver tensiones, problemas o conflictos que dañan o perjudican las relaciones internas de un grupo.

En mi memoria hay un sinnúmero de círculos grabados que facilité aquí y allá. Al preparar e iniciar un círculo, pienso a menudo en Kay Pranis, reconocida facilitadora estadunidense, quien señala con mucha humildad en sus formaciones que «la persona a cargo de facilitar un círculo deja de ser la única poseedora del conocimiento, para convertirse en una acompañante del aprendizaje». De hecho, la persona facilitadoras una integrante más dentro del círculo que sigue aprendiendo y creciendo, teniendo la oportunidad de cuestionar su propia práctica y descubrir en cada círculo el poder de las voces y de la escucha, así como su gran influencia en promover y forjar relaciones fuertes y saludables entre los participantes.

Uno de los círculos que probablemente más me ha sorprendido y regalado una gran enseñanza fue uno que facilité en España hace unos años a un grupo de estudiantes entre 13 y 15 años después de haber capacitado en prácticas restaurativas al equipo de docentes de dicha institución educativa y a su director. Recuerdo muy bien al grupo de estudiantes sentados todos en círculo, mostrando curiosidad e inquietud a la vez, pues no tenían ni idea de lo que iba a pasar. Antes de iniciar el círculo, pedí al grupo si aceptaban que se integrarán con ellos dos docentes recién formados en prácticas restaurativas, teniendo ambos el mismo estatuto que los y las estudiantes, ya que uno de los principios del círculo es la igualdad. Mi objetivo era mostrar al grupo de participantes el potencial que lleva el proceso de un círculo y evidenciar su poder, magia e influencia positiva sobre las relaciones interpersonales.

Como suele ser habitualmente, los primeros círculos son, ante todo, para conocerse, relacionarse, y crear vínculos afectivos entre sus integrantes. No van más allá de contribuir a que vean cómo funciona un círculo, que conozcan y adopten sus normas y descubran que la voz de cada uno y cada una es importante e influyente para desarrollar y mantener un sentido de comunidad .Por ello, yo preparé anticipadamente unas cuantas preguntas sencillas para planteárselas a fin de lograr esos mismos objetivos.

Al iniciar el círculo, pregunté al grupo si todos y todas se conocían bien entre sí. La mayoría respondió afirmativamente con un simple movimiento vertical de cabeza, sin necesidad de expresar unas palabras. Algunos y algunas estudiantes respondieron con un “siiiii”agudo mirando específicamente a ciertas personas en particular, confirmándome que existía una clara cercanía y apego entre algunos de ellos. Insistí en preguntarles nuevamente si se conocían realmente muy bien. Varios de ellos y ellas respondieron con un movimiento oscilante de cabeza, como para decirme “más o menos”; otros y otras se miraron sin decir nada como para indicar que sabían poco sobre unos y otros. Fue entonces cuando les consulté si me conocían a mí; si sabían ¿quién soy y para qué vine aquí? Por supuesto que nadie me conocía ni sabía la razón que me había traído aquí, colocándoles además en círculo. Sus reacciones no me sorprendieron; al contrario, me dieron la oportunidad de presentarme, pero de manera informal y divertida como siempre suelo hacerlo. Por lo tanto, les propuse que les iba a contar tres cosas sobre mí que supuestamente ninguno de ellos supiera… pero solo dos de las cosas que iba a mencionar eran verdaderas y una iba a ser falsa. Tenían que descubrir cuál de ellas era la ficticia. 

Esta forma placentera y retadora contribuyó a conectarme rápidamente con el estudiantado que suele abrirse espontáneamente la conversación, estimulando su interés en conocer quién soy yo y para qué estoy aquí. Es muy común que solo una minoría de estudiantes sean capaces de identificar cuál de mis tres relatos es falso, pues son tan increíbles las tres cosas que les cuento. Luego les propongo que algunos de ellos se presten a lo mismo para conocernos mejor. No me sorprendió ver varias manos levantarse para pedir su turno. Es así de simple, jugando, les pude demostrar que se puede aprender siempre algo nuevo de un compañero o compañera de clase. En otras palabras, aprender a forjar relaciones, conocerse y conectarse el uno con el otro.

Luego de haber creado un entorno de confianza en el aula, les formulé unas preguntas sencillas, una por una, con el objetivo de que cada integrante del círculo vaya a dar una respuesta. A fin de favorecer la comunicación entre los y las participantes, suelo usar un objeto de diálogo, llamado también objeto de conversación. Se trata de una pequeña pieza, por ejemplo, una bola de goma, un muñeco, etc. que indica que, quien lo tiene en su mano tiene también la potestad de la palabra y todos los y las demás se comprometen a prestar atención a lo que se dice. El objeto va girando en el círculo, pasando de mano en mano, dando la oportunidad a cada persona, si lo desea, de compartir su respuesta con el grupo sin ser interrumpido.

La primera pregunta que propuse al estudiantado es que, después de decir su nombre, nos comparta algún lugar que quisiera conocer o volver a visitar, pudiendo ser una ciudad, un país… , y luego les pregunto:  ¿por qué razón este sitio en particular?

La primera persona en responder fue una alumna sentada a mi derecha, con el objeto en la mano dijo “Quisiera conocer Francia, y específicamente la ciudad de Paris” pues se dice que es un lugar maravilloso; he visto algunas películas con la Torre Eiffel y la catedral de Notre Dame, además me gusta mucho oír el francés. Luego la alumna pasó el objeto al compañero de al lado quién mencionó Italia donde vive parte de su familia. De mano en mano el objeto circulaba dando ocasión a cada estudiante de responder de manera clara, aunque a veces escuetamente.

De repente, al recibir el objeto en su mano, un estudiante, llamado Raúl, miró preocupado al grupo antes de responder; se le veía crispado y nervioso, sin embargo, contestó tartamudeando que le gustaría volver a visitar la Costa del Sol donde estuvo de vacaciones hace dos años y que le encantaría volver porque… y se quedó mudo un instante observando a dos alumnos conversando en voz baja entre ellos, con risas sarcásticas, apuntando sus miradas hacia él. Con evidente incomodidad, continuó con su relato, balbuceando intensamente, y después pasó el objeto a la persona que estaba a su lado.

Al presenciar brevemente esta situación me sentí también incomodo y molestó; extendí una mirada seria hacia estos dos estudiantes para transmitirles mi fastidio por su falta de respeto. Sin embargo, no me vieron o no me quisieron mirar. Cuando les tocó el turno de hablar, objeto en mano, respondieron uno y otrode forma muy breve, mostrando algún nerviosísimo.

Esta situación inesperada me desconcentró; tuve mucha dificultad luego para escuchar con atención los siguientes comentarios emitidos por los otros y otras estudiantes. Estaba enfocándome más en cómo reaccionar a esta situación inesperada y qué hacer si volvía a producirse durante la siguiente pregunta.

En la segunda ronda de preguntas, el niño con problema de tartamudeo fue el tercero en responder, otra vez balbuceando y, evitando mirar hacia sus dos colegas de aula que volvieron a reírse discreta e irónicamente de él, atrayendo esta vez la atención de varios estudiantes. Ni mi mirada seria hacia estos dos chavales, ni mi comentario general direccionado al grupo entero sobre la importancia de escucharse con atención y empatía habían logrado cesar las burlas mezquinas por parte de estos dos estudiantes. Esta difícil situación se estaba volviendo muy tóxica. Era entonces indispensable interponerme ya de manera firme y directa hacia ellos dos, rompiendo mi neutralidad como facilitador. Me sentía tan fastidiado y dolido que me impedía seguir escuchando con atención las respuestas que seguían dándose por los y las estudiantes a la pregunta que les había hecho. Era tiempo de rechazar este comportamiento agresivo e hiriente hacia Raúl.

Cuando estaba a punto de parar la dinámica del círculo para dirigirme al grupo e indirectamente a estos dos alumnos, para hacerles ver que había notado a dos estudiantes sonreír y hablar en voz baja cuando Raúl intervenía, y que me gustaría que nos dijesen la razón de las risas y que nos explicasen el motivo…  cuando de repente, Raúl interrumpió de golpe la conversación, mirando fríamente a estos dos estudiantes, diciéndoles con un tono de voz alto y exigente y, lo más curioso, sin tartamudear esta vez, que estaba harto de que se burlasen de él y que, de ahora en adelante, ya no iba a dejarse pisar de ninguna manera. Siguió diciendo “sé que tengo este problema de tartamudeo, pero esto no puede impedirme de participar también”. Ni yo ni nadie en el círculo esperaban este tipo de intervención. Todos nos quedamos sorprendidos y mudos durante unos segundos y particularmente ambos niños involucrados que se quedaron inmóviles con la mirada dirigida hacia el suelo y los hombros encogidos en señal de vergüenza; parecían congelados.

Luego de respirar hondo, tomé la palabra dirigiéndome al grupo, pero apuntando mi mirada hacia estos dos niños, diciéndoles: los he visto dos veces sonreír y hablar cuando Raúl respondía a la pregunta, ¿nos pueden explicar que está pasando? Ambos se quedaron tensos, diciendo en voz baja “nada”, y continué preguntándoles ¿cómo se sentirían si alguien se burlase de ellos cuando dijesen o hiciesen algo? ¿Cómo reaccionarían?, ninguno de los dos se atrevió a responder en ese momento. ¿Entonces dirigiéndome ahora a todo el grupo, les hice las misma sdos últimas preguntas? Sin esperar respuestas seguí preguntando a Raúl ¿cómo se estaba sintiendo con relación a lo ocurrido? ¿cómo se veía afectado por esta situación? Raúl se quedó mirándome en silencio unos segundos y respondió con calma, dirigiéndose a los dos estudiantes que parecían aún paralizados, “me siento mal, estoy enfadado pues es injusto que me traten así; yo quisiera hablar como todos vosotros, pero a veces no puedo. No es fácil para mí hablar modulando la voz frente a un grupo como éste a pesar de que los conozco”.

Le  dije a  Raúl que a mí también me dolía y me entristecía verlo frustrado y afligido; asimismo lo felicité por haber expresado claramente sus sentimientos y pensamientos frente a lo que acababa de ocurrir. Agregué que tenía todo el derecho a compartir su tristeza y dolor con el grupo y que, al hacerlo, contribuía probablemente a crear consciencia sobre los daños que pueden provocar este tipo de comportamientos, además de fomentarla empatía entre las personas participantes en el círculo.

A penas terminé de decir esto, intervino una alumna sentada cerca de mí, diciendo a Raúl: “Te; está muy bien que les hayas dicho como te sientes. No está bien burlarse así de uno” y comenzó a aplaudirlo. Sus palmadas setodo el grupo, incluyendo a los dos alumnos responsables de la agresión, aunque lo hicieron con mucha discreción.

Estimé que no era el momento oportuno de ahondar más sobre este incidente, aunque en mi mente sabía que tenía que hacer algo más al finalizar el círculo. Por ello, preferí continuar invitando al grupo a responder a una tercera y última pregunta para cerrar nuestra actividad de manera reconfortante. Les pregunté si podía decir algo positivo sobre la persona que estaba sentada a su lado izquierdo, refiriéndome a una cualidad, destreza o talento que tenía esta persona. Además, les señalé la importancia de que su intervención fuese seria y sincera. Todo el conjunto de integrantes intervino de manera responsable y respetuosa provocando gestos y palabras de agrado al escuchar los comentarios de cada uno. Como la persona que estaba a mi derecha no me conocía realmente le propuse que saltase mi turno y que dijese algo a la persona sentada a mi izquierda. Después de la intervención de cada integrante, tomé la palabra para expresarles mi gratitud por haberme dado la oportunidad de realizar esta actividad y haber forjado juntos relaciones sanas a pesar de que se hubiese producido en algún momento alguna tensión, haciéndoles saber que los conflictos son parte de la vida humana; existen y siempre existirán. El conflicto en sí no es un problema; el problema es no saber como gestionarlo adecuada y oportunamente, pero demostramos que juntos lo pudimos solventar. Les agradecí nuevamente y les saludé antes de levantar la sesión.

Antes que todos los estudiantes saliesen de la sala, aproveché para acercarme a Raúl pidiéndole que me esperase un rato en el pasillo para conversar un poco sobre lo que había pasado. Raúl acepto y salió.

Luego, abordé enseguida a los dos chavales que estaban saliendo discretamente de la sala para preguntarles cómo se sentían y que pensaban hacer para cerrar este incidente. Casi los dos juntos respondieron que se habían equivocado y que su comportamiento estuvo mal; que no lo iban a repetir. Con tranquilidad y afecto les dije que no era a mi persona a quien tenían que decirlo, y que confiaba que ellos mismos sabrán que hacer para que las cosa quedase bien.

En el patio donde Raúl me esperaba, le volví a felicitar por haber expresado su sentir y puesto límites. Le declaré que yo estaba muy orgulloso de su intervención y que ésta había sido una gran lección o aprendizaje no solo para los dos compañeros del aula, sino para toda la clase, incluyendo también a los dos docentes. 

¿Qué conclusiones pude sacar de esta experiencia?

Primero, demostré una vez más, lo valioso y significativo que es crear espacios sanos y seguros, como los círculos de diálogo,en los que los niños, niñas, adolescentes y jóvenestienen oportunidad de expresar y compartir libremente sus pensamientos, sentimientos, opiniones y que éstos puedan ser escuchados por sus pares.

Segundo, el círculo evidenció que los niños, niñas, adolescentes y jóvenes tienen capacidades para enfrentar, gestionar y resolver sus propios problemas y conflictos cuando, por supuesto, confiamos en ellos y ellas y desarrollamos las condiciones que les permitan hacerlo.

Tercero, reforcé mi posición respecto a que la persona facilitadora no puede ser siempre neutral pues existen ciertas situaciones que exigen romper este principio de neutralidad. En un artículo sobre este tema, ElieWiesel resalta que la no neutralidad significa que todas las voces nos importan lo suficiente como para que, si veo u oigo durante un círculo un desequilibrio de poder, un comentario o un comportamiento opresivo hacia una persona o un grupo, es mi obligación salir inmediatamente en defensa de esa persona o ese grupo. Es necesario actuar con compasión y rapidez hacia la persona o grupo de personas que intencionadamente o por ignorancia han mostrado un sesgo o una acción opresiva.  No podemos mantenernos neutrales ante una acción que puede estar perjudicando a las personas pues nadie en el círculo debe verse afectado. Quedarnos de brazos cruzados cuando se produce un acto de opresión sería como tomar partido a favor del opresor.

Según Grace Tan el papel de la persona facilitadora es el de cuidar la dinámica del grupo de opinión que comparto totalmente.  Eso incluye equilibrar el poder y crear condiciones que garanticen que la voz de todos se escuche correctamente.  La persona facilitadora puede ver algo importante que el grupo no ve.  Cuando esto ocurra, debe encontrar la manera de compartirlo con el grupo si cree que les ayudará a avanzar.  Es lo que quería hacer cuando de repente intervino Raúl. Personalmente, pienso que mi intervención tenía que darse antes, desde el momento que observé a los dos niños reír y comentar en voz baja sobre la participación de Raúl. Es probable que Raúl interviniese porque yo no intervine antes.

Por ejemplo, hubiera podido decir a los dos chavales antes de que Raúl interviniese: «Chicos, he notado en sus rostros risitas mirando a Raúl; también los oí hablar en voz baja cuando Raúl estaba interviniendo. Me intriga lo que estaban hablando en ese momento, pero me di cuenta de que tenía un impacto potencialmente negativo en Raúl y en algunos y algunas participantes del círculo. “¿Estarían dispuestos en compartir lo que estaban comentando?».

A continuación, me hubiera dirigido a Raúl para decirle: «Raúl, ¿qué pensaste cuando viste a tus dos compañeros de clase sonreír y hablar entre ellos en voz baja mientras respondías a la pregunta que hice al grupo?, ¿Cómo reaccionaste cuando tuviste dificultad de terminar lo que nos ibas a decir?

Sobre el tema de no neutralidad, FarahShahed, de la India, aporta también otra visión interesante respecto al papel de la persona facilitadora, señalando que no se trata de empujar a las personas hacia donde quiere que vayan, sino que es necesario empujarles a mirar algo que les da miedo mirar o enfrentar. Es posible que, ante la opresión, parte del estudiantado no quisiera ir allí, aunque posiblemente, otra parte del grupo esperaba que se abordase esta situación. La persona facilitadora no tiene que inclinarse ni tomar partido por el opresor o por la víctima, lo que quiere es comprobar el impacto de un acto en una persona o en un grupo de personas. Su papel es ayudar a que el grupo descubra lo que ha sucedido y a darle sentido, permitiendo a las personas tomar conciencia, responsabilizarse y empezar a sanarla situación.

Finalmente, y de manera general, pienso haber logrado más que los objetivos que me había fijado al inicio del círculo pues pude observar satisfacción en los rostros del alumnado y de los dos docentes, así como una percepción de tranquilidad y reflexión por parte de los tres alumnos en conflicto. En poco menos de una hora, el grupo logró conocerse mejor, desarrollando vínculos más fuertes entre sus miembros y creando un sentido de comunidad, además de haber podido enfrentar de manera “restaurativa” una inesperada situación de violencia.

*MG. JEAN SCHMITZ

Belga – peruano, Licenciado en ciencias políticas de la universidad católica de Lovaina (Bélgica); diplomado experto profesional en prácticas restaurativas de la Universidad a distancia de Madrid y de la Escuela Española de Mediación y Resolución de Conflictos; Máster en ciencias de las prácticas restaurativas del International Institutefor Restaurative Practices (E.E.U.U). Director y docente del postgrado de experto universitario en prácticas restaurativa de la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA) y de la Escuela Española de Mediación y Resolución de Conflictos. Consultor y formador en justicia y prácticas restaurativas. Más de veinticinco años de experiencia con adolescentes y familias en situación de riesgo y vulnerabilidad. Promotor desde 2002 de la justicia restaurativa y prácticas restaurativas en el Perú́, y desde 2010, en Latinoamérica y España. Ha colaborado con varias instituciones y organismos públicos y privados de múltiples países, formando en prácticas restaurativas a miles de profesionales. Cuanto con diferentes reconocimientos a su trayectoria profesional, entre ellos “La Medalla al Mérito Profesional otorgada por la comisión de Distinciones de Diario de Mediación en 2020.

Jean Schmitz. +51 987708544 www.jeanschmitz.com ; jeanschmitzdumont1@gmail.com

En septiembre de 2021, se iniciara una nueva convocatoria del Experto en Prácticas Restaurativas de  Escuela Española de Mediación y Resolución de Conflictos.

Información : master@epostgrado.es  914020061 www.escuelademediacion.es